Ali Said Daf era un niño cuando ocurrió la masacre de Amgala y vio a un militar marroquí asesinar a quemarropa a dos pastores saharauis. Mataron, también, a otros seis beduinos, dos menores de 14 años, la edad que tenía Said. Ahora tiene 51 años y busca al soldado marroquí que le salvó la vida.
“He vivido todos estos años con ese recuerdo. Quiero encontrar a este hombre y darle las gracias por lo que hizo por mí. No todos los militares son malos, dentro del uniforme hay un ser humano, con sentimientos”, ha declarado Ali Said Daf a ElEspiaDigital.Com.
Los hechos de los que fue testigo ocurrieron el 12 de febrero de 1976 en un lugar conocido como Fadret Leguiaa, en la zona de Amgala, cuando en el Aaiún todavía ondeaba la bandera española, aunque hacía más de tres meses que las tropas marroquíes habían penetrado en el Sáhara Occidental e intentaban aniquilar al Frente Polisario.
Precisamente otro 12 de febrero, pero de 2014, Ali Said tenía que haber comparecido ante el juez de la Audiencia Nacional Pablo Ruz, que investiga crímenes de lesa humanidad cometidos en la antigua colonia española por ex altos cargos marroquíes. Estaba citado como testigo en el caso de la ejecución extrajudicial de los ocho beduinos cuyos restos fueron exhumados en junio de 2013 en dos fosas encontradas en Fadret Leguiaa, muy cerca del muro que divide en dos el Sáhara Occidental, a 400 kilómetros de los campamentos de refugiados de Tinduf (Argelia).
En una de las fosas se hallaron los restos de Mohamed Mulud Mohamed Lamin y Mohamed Abdalahe Ramdan, ambos con DNI español, a los que Ali Said vio asesinar muy de cerca. Y él estuvo a punto de ser el siguiente.
Sin embargo, Ali Said no ha podido contar al juez Ruz aquello que le marcó de por vida, “me dejó secuelas, no he olvidado lo que viví, lo tengo grabado en el cerebro”, ya que el Consulado español en Argelia no tramitó el visado para que viajara a Madrid, lo mismo que hizo con otro testigo, Kabula Selma Daf. Sí comparecieron el médico psicólogo Carlos Martín Beristain y el médico forense Francisco Etxeberria, quienes ratificaron el informe en el que demuestran que los ocho saharauis murieron por disparos de fusil y fueron sepultados bajo la arena en el mismo lugar donde se les detuvo.
Ali Said nació en Amgala, un pequeño pueblo de la región de Smara en el que sus habitantes se dedicaban, principalmente, a la agricultura y la ganadería. Como otros niños saharauis, iba con su familia cuando se desplazaba por el desierto con los rebaños de camellos y cabras en busca de pastos y agua.
Treinta y ocho años después, mantiene en su memoria lo que ocurrió aquel 12 de febrero de su niñez, cuando, al amanecer, su padre y un vecino fueron a por agua. Decidió ir tras ellos, dejó la jaima y emprendió el camino hasta el pozo, pero lo que se encontró fue a soldados marroquíes que le mandaban levantar las manos. “Recibí golpes, me interrogaron, más tarde encontré a mi padre y al vecino, a los que volvieron a interrogar. Por la tarde hubo disparos y nos cambiaron de lugar”, cuenta a ElEspiaDigital.com
“Lo más triste fue cuando se llevaron a mi padre, le montaron en un coche y empecé a preguntarme ¿qué va a ser de él? ¿qué será de mí? Pasé horas convencido de que estaría muerto, hasta que al día siguiente vi que le bajaban de un vehículo y le montaban en otro, eso me dio un poco de espíritu para seguir manteniéndome, aunque pensaba que le iban a matar”.
¿Dónde están los perros del Polisario?
Cree que eran las 18 horas cuando apareció un militar que llevaba gorra en lugar de casco como los demás: “Llegó en un Jeep, con cara de muy cabreado y dijo a los soldados ¿dónde están los perros del Polisario? Primero llevaron a Mulud, al que preguntó ¿dónde está el Polisario? él respondió que no sabía, si tenía alguna documentación y dio un dni español. Preguntó por segunda vez ¿dónde está el Polisario?, perro, y cuando contestaba lo juró por Alá, por Mahoma, no le dejó terminar, cogió el arma de un soldado y le disparó a quemarropa. Con el segundo, Mohamed Abdalahe, hizo las mismas preguntas, salvo que no le pidió la documentación, hubo las mismas respuestas, no sabía dónde estaba el Polisario y le disparó”.
“Entonces me apuntó a mí, me sentó cerca de sus pies y yo me puse detrás de él llorando. El militar me dijo que si decía ¡viva Hassan! ¡viva el ejercito de Marruecos! me salvaba y lo dije en voz muy alta. Después se marcho en el Jeep”.
A Ali Said le invadió el miedo, no sabía que iba a ser de él, pensaba como escapar y en ese momento se acercó un soldado que le tomó de la mano e intentó calmarle. “Fue mi protector, noté que me apreciaba. Los demás soldados me insultaban y me humillaban cuando él no estaba, uno dijo que por qué no me mataban. Cada vez que pasaba eso, venia corriendo y les echaba”.
Le subieron a un camión, desde donde oyó disparos, gritar a varios saharauis, y un hombre que pedía que dejaran libre a su hijo: “Ya de noche llegó un hombre y me dijo que bajase. Dijo: soy el soldado que está contigo desde ayer, ea, baja. Lo hice y habló algo en francés que no entendí, después dijo la garde, la garde, me cogió de la mano y me llevo al puesto donde tenía que hacer la guardia. Creía que me iba a matar, tenía contradicciones en mi pensamiento; este hombre me protege, ahora me va a matar…Me quedé dormido y desperté al llegar otro soldado para cambiar la guardia, me agarré al soldado amigo y el otro me quitaba de él, empezaron a discutir, se armó un altercado entre ellos y al final el que llegó para relevarle dijo bueno, llévatelo. Y él decía, no te preocupes, que me hago cargo, y me devolvió al camión”.
Correr como una gacela
Al día siguiente las tropas marroquíes empezaron a moverse del lugar y el camión en el que iba Ali Said quedó atascado en la arena y los soldados se cambiaron a otros vehículos. “Quedaron solo el soldado que me protegía y el chófer, al ver que el camión no salía y las tropas se alejaban corrieron detrás de los camiones, me cogió de la mano y me dijo: rápido, rápido; me soltaba y me volvía a coger, llegó un momento en que ya no me cogía, la única preocupación que tenían era subirse a un camión, gritaban al último camión para que esperara. Vi que no me prestaban atención, di media vuelta y corrí todo lo que pude, hice una carrera que solo puedo comparar con la de una gacela, mi preocupación era separarme lo antes posible”.
Ali Said consiguió reunirse con su familia y al cabo de un tiempo se enteró de que su padre seguía vivo, había estado preso en El Aaiún y al salir en libertad se incorporó al Frente Polisario. “Solo estuve con él unos cuatro meses, como era pequeño me llevaron a un internado. Mi padre enfermó y fue hospitalizado en Tinduf. No me enteré de su muerte y no sé donde está enterrado. En esos primeros años en los campamentos de refugiados no había ni cementerio oficial”.
Cuando vio a las familias de los dos pastores asesinados contó lo que había ocurrido, pero nadie le creyó: “Ahora lo entiendo, tenía 14 años y la gente comentaban que era un niño traumatizado por la guerra. No me hicieron caso hasta que se descubrieron los primeros restos, las familias vinieron a preguntarme si estaba seguro y les dije que sí, que les mataron los marroquíes”.
Al preguntarle cómo era el hombre que le salvó la vida, Said lamenta que no hablaron mucho y que sus recuerdos son muy generales, aunque era una persona que de esas que caen bien e inspiran confianza: “Tendría 25 años, como mucho 30, la tez blanca, posiblemente del norte del Marruecos, de mediana estatura, ni gordo ni delgado, sin bigote, sin barba, normal. No llegué a saber su nombre, se identificaban por números de afiliación al ejército, pensé preguntárselo, pero no me atreví. Hablaban mucho en francés y no me enteraba de lo que decían”.
De quien, sin embargo, sí le quedó fijo su rostro, como una pesadilla, fue el militar que asesinó a Mulud y Abdalahe: “Lo tengo grabado, lo que más veces veo. Llevaba una pistola en el cinto, usaba gorra, cara de persona mala, pelirrojo, con bigote, muy alto, bastante delgado, creo que sobrepasaba los 40 años. No sé la graduación, no distinguía los rangos”.
Reconocimiento para el soldado que le salvo la vida
Ali Said Daf vive ahora en los campamentos de refugiados de Tinduf, está casado, tiene cuatro hijos y una hija y en estos momentos lo que más desea es ver al hombre que le salvó la vida: “Vivo con su recuerdo, mi ilusión es encontrarme con este hombre para darle las gracias. Pido ayuda al gobierno saharaui y organizaciones de DDHH para hacerle un reconocimiento público. No todos los militares son malos, dentro del uniforme lo que hay es un ser humano, con sentimientos y, posiblemente, con otras ideas”.
Said estuvo un tiempo en el ejército, pero siempre en la retaguardia, y aunque ha viajado por gran parte de los territorios del Sáhara Occidental que controla el Frente Polisario, no había vuelto al lugar de la masacre hasta que se descubrieron las fosas donde fueron enterrados los ocho beduinos saharauis.
A raíz de exhumarse los restos, Ali Said ha estado mucho tiempo sin apenas poder dormir: “Me vienen a la mente esas personas a las que conocí, personas normales, y solo he visto un montón de huesos”.